Carlo Petrini tiene 68 años y es fundador y presidente del movimiento internacional Slow Food. Recorre el mundo para visitar huertas agrícolas mientras reivindica la producción de alimentos “buenos, limpios y justos”. Productos de proximidad y kilómetro 0, una de las filosofías de ese movimiento que hace más de 20 años hacía en Italia y que ahora se extiende a más de 170 países.
La semana pasada visitó España, concretamente El Prat de Llobregat, para apoyar y defender la economía local del parque agrario del Baix Llobregat, un pulmón agrícola situado en la periferia de Barcelona que cada vez da más de que hablar con sus productos autóctonos. Un gran ejemplo de que también a solo pasos de una gran ciudad se puede criar o cultivar con los mejores resultados.
Extracto de su entrevista con La Vanguardia
Dice que la agricultura urbana será fundamental en el futuro. ¿Tener un huerto en casa es un símbolo de revolución?
Más bien es un símbolo de resistencia contra el maltrato medioambiental y contra la ignorancia que hoy existe sobre los alimentos que comemos.
Desde que nació Slow Food, en el año 86, ¿cuántos huertos se han creado?
Hace veinte años el movimiento sólo estaba presente en Italia, en algunas partes de Alemania y comenzaba en los EE.UU. Hoy en día está presente en 170 países y en los últimos 3 años se han construido más de 10.000 huertos en África. Estos huertos dan trabajo a más de 100.000 personas y de comer a más de 1.300 niños.
¿Usted es omnívoro, flexitariano o carnívoro?
Yo soy omnívoro, aunque en los últimos 5 años he reducido un 60% el consumo de carne.
¿Por qué?
Hemos tenido consumos de carne exagerados, que no son sostenibles. Por eso, se necesita contracción por parte de quienes son consumidores y convergencia por parte de quienes consumen poca.
En África se consumen 5 kilos de carne al año, nada. Nosotros, los italianos, consumimos casi 100 kilos anuales. Y la salud lo sufre. La OMS ha denunciado que el consumo de carne roja está generando efectos tumorales, hay que tomar nota.
Es sociólogo y gastrónomo. ¿Se define más como un gastrónomo revolucionario o como un sociólogo revolucionario?
La revolución es una cosa sería. Si entendemos la gastronomía como la entendemos desde Slow Food soy un gastrónomo, pero es necesario entendernos, porque muchos cuando se habla de gastronomía piensan en los programas de televisión y en las recetas que aparecen en los periódicos. No, la gastronomía es también economía y política.
¿Cree que el boom de la gastronomía en los últimos años está siendo un poco exagerado?
Sí, porque la gente habla más de la gastronomía como espectáculo que desde su aspecto económico y social. Falta educación alimentaria en Europa, también la enorme necesidad de defender a los agricultores locales y la cultura alimentaria. Estamos condicionados por una publicidad masiva de la industria alimentaria.
Ha definido el sistema alimentario actual como “criminal”.
Sí, absolutamente, porque es un sistema que destruye la biodiversidad, la pequeña producción agrícola, el medioambiente, la monocultura. Se usan de forma exagerada productos químicos y transgénicos. Son todos aspectos negativos de esta agricultura intensiva y se necesita volver a las buenas prácticas. Y para esto hay que sostener la economía local, por ejemplo. Pero la municipalidad no lo siente, no entiende la importancia. La política debería interesarse más. Estamos condicionados por una publicidad masiva de la industria alimentaria.
Pero, ¿no somos demasiados para poder abastecernos así? ¿No es más fácil y barato acudir al supermercado? ¿Cómo se puede llevar a cabo este cambio de paradigma?
Los productos industriales de los supermercados son más baratos, pero luego se pagan en medicinas. Los productos de los agricultores quizás sean un poco más caros, pero ayudan a la economía del territorio, a defender la propiedad pública. La educación alimentaria lleva a esto. Si pienso que todo es igual, voy al súper y no compro los productos del territorio, y llegan los productos desde la otra parte del océano, hay una insostenibilidad. Productos llenos de conservantes y colorantes.
¿Respecto al desperdicio alimentario?
Esto es el fin de la cadena de este sistema criminal. Produce, produce, produce… mucha cantidad para luego tirarla. Esto es criminal. Esta sensibilidad está creciendo en el mundo. Incluso el Papa de Roma ha hecho una encíclica sobre el tema. Es una sensibilidad que crece, pero en un paradigma de una economía de mercado que no mira a la cara a nadie es complicado solventarlo.
¿Cómo ve el mundo dentro de veinte años?
Si no llevamos adelante una grande campaña de educación alimentaria irá mal. Los daños de esta agricultura intensiva acaban de comenzar. Hay muchas alergias, patologías, mal nutrición… no somos todavía conscientes, pero están creciendo.
Hay un crecimiento exponencial de diabetes de tipo 2 incluso en chavales de 15 años, lo nunca visto. En Italia hay un millón de celiacos, antes no era así. ¿Por qué? Porque se ha mutado el grano. Las harinas no son más las del pasado, y todos estamos tranquilos, pero esta realidad terminará siendo dramática si no se trabaja. Porque el futuro ya es hoy.