Hace bastantes siglos, el hombre y el lobo comenzaron a convivir por beneficio mutuo. Mientras el hombre cazaba y dejaba que los lobos se comieran los restos, los animales protegían a los humanos de otros depredadores y alertaban de cualquier peligro. Así sus lazos se estrecharon cada vez más, los hombres terminaron por domesticar al lobo y convertirlo en lo que hoy conocimos como el perro.
El tiempo hizo que el perro se adaptara a las diversas condiciones ambientales, cambiando su estructura corporal y generando las variadas razas que hoy conocemos y que son usadas para distintos fines, pero principalmente como mascotas. Pero las características de cada can siempre se volvieron acordes a sus capacidades físicas.
No así con la manipulación humana de las razas, especialmente con una de las más populares actualmente: los pugs.
Aquellos perros que menos se acercan a la fisonomía de un lobo son los que tienen mayor cantidad de deformaciones. Los pugs poseen una mutación que suprime el gen SMOC2, encargado de codificar una proteína que ayuda a las células a pegarse a las cosas y a reconstruir el tejido. Pero se piensa que este gen es solo una de las razones por las que el pug sufre lo siguiente:
- Hocico pequeño
- Dificultad para respirar
- Boca ancha
- Ojos sensibles
Los pugs provienen de la antigua China. Ya en el siglo XIX se encontraban retratos de los antepasados de esta raza, y a mediados de ese siglo nacieron los círculos de crianza responsable de modificar a los perros por razones puramente estéticas. La humanidad ha cambiado la morfología del animal, creando una especie de cola angulada y enroscada, y patas demasiado desproporcionadas para su altura.
Los pugs, en consecuencia, sufren de dificultades para tragar, apnea del sueño, reflujo gastroesofágico y mala regulación de su temperatura interna. Además, su tamaño bastante desproporcionado los vuelve inútiles para hacer ejercicio.
Esto crea un imaginario que les asocia a lo “tierno” porque les es difícil moverse, corren unos cuantos metros y terminan jadeando. Pero si imaginas a una persona que tuviera esas características entenderías lo triste del asunto.
Los pugs logran vivir hasta los 15 años, pero siempre con terribles deficiencias pues se enferman todo el tiempo. Esas dificultades hacen que sus dueños les sobreprotejan y se encariñen más con ellos, llamándoles “perrihijos” y pensando que nadie debería cuestionar sus métodos de crianza. Pero en la humanización del perro es lo que les ciega para advertir la tortura silenciosa que le están aplicando a su querida mascota.
Obviamente tener un pug no te hace una mala persona, pues es innegable el regalo que hay en la tarea de cuidar un animal y entregarle incondicional amor. Si adoptaste a uno, de seguro le has entregado los cuidados necesarios para que sus dificultades físicas se vuelvan más llevaderas.
Pero continuar perpetuando la venta y crianza de esta raza es permitir que se sigan produciendo perros que sufrirán toda su vida. Por ello esto debe terminar. Y una de las principales razones para promover la adopción de mascotas por sobre su compra, es que así no se permite un cruel negocio que usualmente lastima a los animales que queremos tanto.