Se dice que solo los afortunados pueden llegar a la universidad y conseguir un título profesional, sin embargo cuando existe una familia detrás y un apoyo incondicional, todo es posible.
Esto sucedió con Fátima Álvarez, quien se crió entre el Valle de Lerma y las comunidades preincaicas, en Salta, Argentina. Durante toda su vida se rodeó de ovejas y cultivó habas y arvejas junto a sus primos en los cerros de la Puna salteña.
Su familia era muy pobre pero su padre jamás dejó de pagarles la escuela a ella y a su hermana, trabajando como ferroviario. Lamentablemente el tren dejó de funcionar y se las ingenió para comenzar a vender los deliciosos dulces que preparaba su esposa.
El padre de Fátima un día se enfermó muy gravemente y por suerte un sacerdote de la Iglesia se ofreció a llevarlo al hospital. Ese día lo salvaron de una neumonía que podría haberle quitado la vida.
Fátima ya tenía 15 años y comenzó a acercarse a las acciones comunitarias, de hecho un grupo de jóvenes del barrio de Núñez la visitó en Salta para incentivar a ayudar a los más necesitados.
En ese momento debió recorrer todos los cerros a caballo y se percató que su pueblo no tenía acceso a la medicina. Así nació la idea de convertirse en doctora.
Se lo comentó a sus padres y ellos la apoyaron totalmente. Se enfrentó entonces a la modernidad de una gran ciudad: Buenos Aires.
Al principio fue bastante difícil poder mantenerse en la ciudad, pero como sus calificaciones eran excelentes, la Fundación Grano de Mostaza patrocinó su estadía en la capital hasta que se tituló.
«Estudié medicina y voy a seguir formándome para volver a los cerros de Salta y atender a mi gente. Vine por ellos. Renuncié a cumpleaños y momentos en mi pueblo. Algunos no lo entendieron… Pero estoy orgullosa de nuestra construcción cultural y de la calidez de la gente del Norte. Somos esencialmente gente de bien»
Fátima Álvarez
Ella lo logró gracias a su propio esfuerzo, pero también a la confianza y apoyo de sus padres.